lunes, 9 de julio de 2012


Día a día, noche a noche se paraba a contemplar la luna. Meses atrás siempre pensaba que estaba muy lejos y que era imposible llegar hasta allí pero ahora tan solo le bastaba coger una simple escalera. Le encantaba pasearse por sus pequeños cráteres y balancearse tanto hasta simular caerse hacia la Tierra. Allí todo comenzaba a bailar cuando ya no vigilaba el sol. La luna tan solo era de ella y de él, y nunca nadie se la podría robar. Las estrellas iluminaban su camino, iluminaban dos caminos que más tarde se acabarían de unir. Siempre quedaban allí todas las noches, en su luna, en su séptimo cráter a la derecha, cerca de la tercera estrella que más brillaba. Era su lugar, donde eran felices los dos y donde él le decía: Quiero encontrarte sonriendo a la vida si es la vida quien no te sonríe a ti, pequeña.

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